Cuando a uno le hablan
de comida exótica piensa en Tailandia, Japón o algún país al que para llegar
desde nuestra Península Ibérica hagan falta al menos 10 horas de vuelo en
avión. Pero no, resulta que esa gastronomía “exótica” se ha vuelto tan
cotidiana que en ocasiones el sushi ya es tan nuestro como el cocido o un buen
bocata de calamares (que a buen seguro a los amantes del pescado nipón les
apasionará). Cuando se habla de cocina exótica o, por lo menos, desconocida, el
Dúo piensa instintivamente en un país que les robó el corazón cuando
estuvieron, en distintas ocasiones y por distintos motivos. Y no es un país
dejado de la mano de Dios. No hace falta ni salir de las fronteras
comunitarias. Un lugar donde se fían tan poco de un ruso como de un alemán. Nos
referimos, claro está, a la Gran Polonia, tierra de sopas.
Productos típicos de Polonia en su
entorno natural
Todo empezó porque al
regresar de tierras varsovianas, uno de los miembros del Dúo contrajo una
enfermedad difícil de creer, de curar y más aun de contentar en España: la
adicción al barszcz, sopa de remolacha
especiada con raviolis. La otra mitad del Dúo recuerda el barszcz con cierto
recelo, ya que, por motivos ajenos al plato, este está asociado en su mente a
la mayor vomitera de su joven vida. Pero el mono de barszcz es demasiado
fuerte. Tras mucho buscar, mentira, tras buscar una sola vez, encontramos un
restaurante de comida polaca, La Polonesa, en la calle Narciso Serra 3 de
Madrid, al lado del metro Menéndez Pelayo. La decisión es unánime, tras el KFC
toca volver a Varsovia, pero no a por la Grander Texas, sino a por las sopas
del país centroeuropeo.
Una vez allí encontramos un local que recuerda un poco a los típicos
restaurantes de pueblo español, pero con los detalles y decoración de Polonia.
También tiene un pequeño “mercado” con productos originarios de allí, lo que
trae una brisa de morriña y una tierna lágrima por tiempos pasados y fríos. Una
vez sentados, pedimos sendos boles de barszcz, otros dos de zurek (crema de
patata, harina de centeno, salchichas y huevo duro) y un bigos x chleb (pan
relleno de guiso de repollo y carne). El barszcz es sencillamente delicioso.
Nunca pensaste que una cosa púrpura pudiera estar tan sumamente rico. Te
tomarías una cazuela entera. El zurek es bastante más pesado, llena mucho, pero
tiene un sabor muy característico que lo hace ideal para una tarde fría en la
estepa europea. El bigos es muy fuerte, tiene un sabor potente y llena una
barbaridad, agravado por las dos sopas que nos hemos comido antes. No nos
llegamos a terminar el bigos por hartazgo. Tras unos chupitos de vodka,
abandonamos el sitio planeando el próximo rival para el Dúo.
Vodka de 95%, capaz de exterminar
cualquier parásito gastrointestinal
En general una comida sorprendente y rica. Cuenta con menú del día para
probar variado por un precio asequible. El lugar es pintoresco y puede ser una
grata sorpresa si vais. Quizá es más arriesgado que ir a un coreano o a un
indio, pero vale mucho la pena. Dadle una oportunidad al barszcz y os volveréis
adictos a la sopa de remolacha lo que os resta de vida.
Prospectiva:
La Polonesa no es un establecimiento de comida rápida, por lo que será
difícil compararla con el resto de lugares asaltados por el Dúo.
Tal vez nuestro principal problema fue, como siempre, pasarnos a comer
por el ansia inicial y la nostalgia, una sopa y un segundo por persona van
perfectos, pero nosotros debíamos ir más allá.
El sabor es 100% el autóctono. 100% natural, y 100% sabroso. El
problema es que también coge el precio de allí en zloty y lo convierte a euro
literal, es decir, 4 veces más caro. Pero bueno, para una ocasión el
establecimiento lo merece.
Un lugar excepcional para llevar a la pareja. Reservado, muy romántico
(tanto que el Dúo solicitó que encendieran las luces al verse solos en la
penumbra) y tras un Dzien dobry, la propietaria y encargada hace que el
servicio merezca la pena.
Barszcz, tras ese color extraño se esconde una
sustancia 10 veces más adictiva que la cocaína